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Islas

Conversaciones privadas

ORILLAS DE TU VIENTRE

¿Qué exaltaré en la tierra que no sea algo tuyo?
A mi lecho de ausente me echo como una cruz
de solitarias lunas del deseo, y exalto
la orilla de tu vientre.

Clavelina del valle que provocan tus piernas.
Granada que has rasgado de plenitud su boca.
Trémula zarzamora suavemente dentada
donde vivo arrojado.

Arrojado y fugaz como el pez generoso,
ansioso de que el agua, la lenta acción del agua
lo devaste: sepulte su decisión eléctrica
de fértiles relámpagos.

Aún me estremece el choque primero de los dos;
cuando hicimos pedazos la luna a dentelladas,
impulsábamos las sábanas a un abril de amapolas,
nos inspiraba el mar.

Soto que atrae, umbría de vello casi en llamas,
dentellada tenaz que siento en lo más hondo,
vertiginoso abismo que me recoge, loco,
de la lúcida muerte.

Túnel por el que a ciegas me aferro a tus entrañas.
Recóndito lucero tras una madreselva
hacia donde la espuma se agolpa, arrebatada
del íntimo destino.

En ti tiene el oasis su más ansiado huerto:
el clavel y el jazmín se entrelazan, se ahogan.
De ti son tantos siglos de muerte, de locura
como te han sucedido.

Corazón de la tierra, centro del universo,
todo se atorbellina, con afán de satélite
en torno a ti, pupila del sol que te entreabres
en la flor del manzano.

Ventana que da al mar, a una diáfana muerte
cada vez más profunda, más azul y anchurosa.
Su hálito de infinito propaga los espacios
entre tú y yo y el fuego.

Trágame, leve hoyo donde avanzo y me entierro.
La losa que me cubra sea tu vientre leve,
la madera tu carne, la bóveda tu ombligo,
la eternidad la orilla.

En ti me precipito como en la inmensidad
de un mediodía claro de sangre submarina,
mientras el delirante hoyo se hunde en el mar,
y el clamor se hace hombre.

Por ti logro en tu centro la libertad del astro.
En ti nos acoplamos como dos eslabones,
tú poseedora y yo. Y así somos cadena:
mortalmente abrazados.

(Miguel Hernández)

- ¿Por qué lees poesía?
- ¿Hum? No sabría decirlo. En ocasiones pienso que para suplantar.
- ¿Suplantar?
- Sí, claro. Piensas que algo te falta, y entonces lo buscas en unas palabras que alguien dejó sobre el papel. Podrían ser mentira, pero tú logras hacerlo real o, al menos, creerlo real.
- ¿Sucede siempre, con cualquier poesía?
- No... no siempre. A veces lees... ya sabes, por puro goce estético, o realizas una lectura demasiado automática que se limita a recoger lo que piensas llamativo de tal poesía. Pero hay algunas que poseen un poder empático mucho mayor, aunque siempre depende de quien lo lee. En mi caso suele ocurrir con los que se relacionan con el amor.
- Suena... cursi, ¿no?
- Bueno, no sólo amor, la palabra está realmente desprestigiada. Son los sentimientos. Los que te elevan sobre ti, los que te recogen con una dulzura tal que realmente ves a tu chica esperándote, como si estuviera allí, y pronto fuerais a uniros en uno.
- Recuerdo que antes escribiste algo, trataba sobre desenamorarse. ¿Tiene alguna relación?
- ¡Sí! Joder... y eso es lo malo...
- Explícate.
- Estás en un punto tal que todo te parece vacío. hay sentimientos que crees que nunca se repetirán y... no... corrijo: que tienes la certeza de que nunca se repetirán. Y entonces parece que lees para evadirte, para suplantar, en definitiva, como ya dije. Como cuando ves una película romántica a solas, de esas que nunca reconocerías ante tus amigos que alquilas, y mientras dura el metraje piensas con el protagonista, sientes con él... de alguna forma te haces él, en cierta manera. Y estás tranquilo mientras la ves, o mientras lees la poesía. Pero pronto te despiertas y te encuentras en la calle. Rodeado de tus asuntos. Y te ves a ti mismo como lo que eres: alguien patético.
- ¿Qué deberíamos hacer entonces?
- No sé... esa es la mierda: no queda absolutamente nada.

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