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Islas

con el papel

Religiosidades

De repente los ecos divinos
que en el tiempo se apagaron,
desde lejos de nuevo llamáronle
con el poderoso encanto
que del fondo del sepulcro
hizo levantar a Lázaro.

Agitóse al oírlos su alma
y volvió de su sueño letárgico
a la vida, como vuelve
a su patria el desterrado
que ve al fin los lugares queridos,
mas no a los seres amados.

Alma que has despertado,
vuelve a quedar dormida;
no es que aparece el alba,
es que ya muere el día
y te envía en su rayo postrero
la postrimera caricia.

(Rosalía de Castro)

La muerte es un don. Pues gracias a ella vivimos cada momento como si fuera el último. El crepúsculo complementa al alba. También, ¿por qué no? gracias a Tánatos vive Eros.

Pero la muerte es una maldición. Temer el final. La oscuridad. Pues estamos condenados...

¿O no? La eterna pregunta del hombre.

Ojalá fuera espiritualidad. Pero no. Hablamos de antropología.

Leed, cabrones

Me voy de vacaciones. Como siempre, espero que me sean tan culturizantes como etílicas. Disfrutad todos vosotros también.

A la vuelta, en Septiembre, volveremos a vernos. ¡Hasta entonces!

Miradas

determina qué quieres que te diga
cuando nos hablemos por primera vez
o si directamente te beso

o qué carajo quieres que haga
en el primer choque frontal
de tus ojos contra los míos

dime entonces si haremos el amor
luego enseguida o un mes más tarde
en tu casa o en la mía
con música o sin ella

quién abajo y quién arriba
y bueno qué te hará feliz
cuándo nos pelearemos por el color

de mi pelo o la marca de tus lentillas
o si acaso dejarás de fumar

o yo encontraré trabajo
qué detestaras de mis mañanas
dónde coño pondrás mis cosas

si tan sólo pudiera levantarme
y preguntarte
cómo sería todo...

(muchacha sentada en el banco de enfrente)

(Antonio Barcía, a.k.a. YgNeO)

Alguien dijo que un solo instante valía por toda una eternidad. Incluso condensada en un olvidadizo paréntesis.

Tributo

AMISTAD A LO LARGO

Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
Pero luego hay momentos felices
para dejarse ser en amistad.
Mirad:
somos nosotros.

Un destino condujo diestramente
las horas, y brotó la compañía.
Llegaban noches. Al amor de ellas
nosotros encendíamos palabras,
las palabras que luego abandonamos
para subir a más:
empezamos a ser los compañeros
que se conocen
por encima de la voz o de la seña.

Ahora sí. Pueden alzarse
las gentiles palabras
-ésas que ya no dicen cosas-,
flotar ligeramente sobre el aire;
porque estamos nosotros enzarzados
en mundo, sarmentosos
de historia acumulada,
y está la compañía que formamos plena,
frondosa de presencias.
Detrás de cada uno
vela su casa, el campo, la distancia.

Pero callad.
Quiero deciros algo.
Sólo quiero deciros que estamos todos juntos.
A veces, al hablar, alguno olvida
su brazo sobre el mío,
y yo aunque esté callado doy las gracias,
porque hay paz en los cuerpos y en nosotros.
Quiero deciros cómo todos trajimos
nuestras vidas aquí, para contarlas.
Largamente, los unos con los otros
en el rincón hablamos, tantos meses!
que nos sabemos bien, y en el recuerdo
el júbilo es igual a la tristeza.
Para nosotros el dolor es tierno.

Ay el tiempo! Ya todo se comprende.

(Jaime Gil de Biedma)

Me vais a perdonar el ramalazo sensiblero. Pero nunca podré dejar de dar gracias por tener pocos poemas tan míos como éste. Troyano, Jiménez, Javi, Jesús... no veo el momento de volver a reunirnos. Y olvidar los brazos.

Conversaciones privadas

ORILLAS DE TU VIENTRE

¿Qué exaltaré en la tierra que no sea algo tuyo?
A mi lecho de ausente me echo como una cruz
de solitarias lunas del deseo, y exalto
la orilla de tu vientre.

Clavelina del valle que provocan tus piernas.
Granada que has rasgado de plenitud su boca.
Trémula zarzamora suavemente dentada
donde vivo arrojado.

Arrojado y fugaz como el pez generoso,
ansioso de que el agua, la lenta acción del agua
lo devaste: sepulte su decisión eléctrica
de fértiles relámpagos.

Aún me estremece el choque primero de los dos;
cuando hicimos pedazos la luna a dentelladas,
impulsábamos las sábanas a un abril de amapolas,
nos inspiraba el mar.

Soto que atrae, umbría de vello casi en llamas,
dentellada tenaz que siento en lo más hondo,
vertiginoso abismo que me recoge, loco,
de la lúcida muerte.

Túnel por el que a ciegas me aferro a tus entrañas.
Recóndito lucero tras una madreselva
hacia donde la espuma se agolpa, arrebatada
del íntimo destino.

En ti tiene el oasis su más ansiado huerto:
el clavel y el jazmín se entrelazan, se ahogan.
De ti son tantos siglos de muerte, de locura
como te han sucedido.

Corazón de la tierra, centro del universo,
todo se atorbellina, con afán de satélite
en torno a ti, pupila del sol que te entreabres
en la flor del manzano.

Ventana que da al mar, a una diáfana muerte
cada vez más profunda, más azul y anchurosa.
Su hálito de infinito propaga los espacios
entre tú y yo y el fuego.

Trágame, leve hoyo donde avanzo y me entierro.
La losa que me cubra sea tu vientre leve,
la madera tu carne, la bóveda tu ombligo,
la eternidad la orilla.

En ti me precipito como en la inmensidad
de un mediodía claro de sangre submarina,
mientras el delirante hoyo se hunde en el mar,
y el clamor se hace hombre.

Por ti logro en tu centro la libertad del astro.
En ti nos acoplamos como dos eslabones,
tú poseedora y yo. Y así somos cadena:
mortalmente abrazados.

(Miguel Hernández)

- ¿Por qué lees poesía?
- ¿Hum? No sabría decirlo. En ocasiones pienso que para suplantar.
- ¿Suplantar?
- Sí, claro. Piensas que algo te falta, y entonces lo buscas en unas palabras que alguien dejó sobre el papel. Podrían ser mentira, pero tú logras hacerlo real o, al menos, creerlo real.
- ¿Sucede siempre, con cualquier poesía?
- No... no siempre. A veces lees... ya sabes, por puro goce estético, o realizas una lectura demasiado automática que se limita a recoger lo que piensas llamativo de tal poesía. Pero hay algunas que poseen un poder empático mucho mayor, aunque siempre depende de quien lo lee. En mi caso suele ocurrir con los que se relacionan con el amor.
- Suena... cursi, ¿no?
- Bueno, no sólo amor, la palabra está realmente desprestigiada. Son los sentimientos. Los que te elevan sobre ti, los que te recogen con una dulzura tal que realmente ves a tu chica esperándote, como si estuviera allí, y pronto fuerais a uniros en uno.
- Recuerdo que antes escribiste algo, trataba sobre desenamorarse. ¿Tiene alguna relación?
- ¡Sí! Joder... y eso es lo malo...
- Explícate.
- Estás en un punto tal que todo te parece vacío. hay sentimientos que crees que nunca se repetirán y... no... corrijo: que tienes la certeza de que nunca se repetirán. Y entonces parece que lees para evadirte, para suplantar, en definitiva, como ya dije. Como cuando ves una película romántica a solas, de esas que nunca reconocerías ante tus amigos que alquilas, y mientras dura el metraje piensas con el protagonista, sientes con él... de alguna forma te haces él, en cierta manera. Y estás tranquilo mientras la ves, o mientras lees la poesía. Pero pronto te despiertas y te encuentras en la calle. Rodeado de tus asuntos. Y te ves a ti mismo como lo que eres: alguien patético.
- ¿Qué deberíamos hacer entonces?
- No sé... esa es la mierda: no queda absolutamente nada.

Was there a time

A CHILD’S CHRISTMAS IN WALES

One Christmas was so much like another
in those years around
the sea-town corner
now and out of all sound except the distant
speaking of the voices I sometimes hear a moment
before sleep,
that I can never remember whether it snowed
for six days and six nigths
when I was twelve
or whether it snowed for twelve days and
twelve nigths when I was six.
(...)
Years and years and years ago,
when I was a boy,
when there were wolves in Wales,
and birds the colour of red-flannel
petticoats whisked past
the hark-shaped hills,
when we sang
and wallowed
all night
and day
in caves that smelt
like Sunday afternoons
in damp front farmhouse parlours,
and we cashed bears,
the English,
with the jawbones
of deacons,
before the motor-car,
before the wheel, before the
duchess-faced horse, when
we rode the
daft and happy hills bareback,
it snowed and it snowed.

(Dylan Thomas)

[Las Navidades eran tan parecidas/ en aquellos años por las esquinas/ del pueblo junto al mar,/ y tan silenciosas, excepto el lejano/ parloteo que a veces oigo por un instante/ antes de dormir,/ que nunca puedo acordarme si nevó/ durante seis noches y seis días/ cuando tenía doce años,/ o si nevó doce noches y doce días/ cuando tenía seis (...) Hace muchos, muchísimos años,/ cuando yo era un niño,/ cuando había lobos en Gales/ y pájaros como rojas faldas/ de franela que de súbito/ cepillaban las colinas con forma de arpas;/ cuando cantábamos/ y nos revolcábamos/ toda la santa noche/ y todo el santo día/ en cuevas que olían/ a tardes de domingo/ en las húmedas salas de las granjas,/ y nosotros cazábamos osos/ con el inglés mascullado/ por las mandíbulas/ de los diáconos;/ antes del automóvil,/ antes de la rueda, antes del caballo/ con pinta de duquesa,/ cuando/ cabalgábamos a pelo por las colinas/ chifladas y felices,/ nevaba y nevaba. -trad. de M. Covián-]

He aquí dos pequeños fragmentos de un extenso poema narrativo de Dylan Thomas, el gran poeta etílico. Me lo imagino en algún bar del sur de Manhattan, apurando en un trago el whisky, y rápidamente pidiendo otro. Tal vez garabateando versos en la servilleta de papel, mientras la infancia vuelve sobre sus pasos.
¿Seis y doce? ¿Doce y seis? La memoria nos falla cuando evocas aquel tiempo en el que aún el pecado original no había mellado en uno, y entonces tratamos de aprisionarlo, en imágenes plásticas -¿aquellas tardes de domingo?- condenadas a la corrupción. Pero algo queda, lacerante, feliz: nevaba, siempre nevaba...