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Islas

Nuevo curso, nueva vida

Este blog muere. O mejor dicho, como la carne y sangre de Cristo, se trabsustancia en "La copa y la lanza"

Religiosidades

De repente los ecos divinos
que en el tiempo se apagaron,
desde lejos de nuevo llamáronle
con el poderoso encanto
que del fondo del sepulcro
hizo levantar a Lázaro.

Agitóse al oírlos su alma
y volvió de su sueño letárgico
a la vida, como vuelve
a su patria el desterrado
que ve al fin los lugares queridos,
mas no a los seres amados.

Alma que has despertado,
vuelve a quedar dormida;
no es que aparece el alba,
es que ya muere el día
y te envía en su rayo postrero
la postrimera caricia.

(Rosalía de Castro)

La muerte es un don. Pues gracias a ella vivimos cada momento como si fuera el último. El crepúsculo complementa al alba. También, ¿por qué no? gracias a Tánatos vive Eros.

Pero la muerte es una maldición. Temer el final. La oscuridad. Pues estamos condenados...

¿O no? La eterna pregunta del hombre.

Ojalá fuera espiritualidad. Pero no. Hablamos de antropología.

Maldoror

Plût au ciel que le lecteur, enhardi et devenu momentanément féroce comme ce qu’il lit, trouve, sans se désorienter, son chemin abrupt et sauvage à travers les marécages désolés de ces pages sombres et pleines de poison ; car à moins qu’il n’apporte dans sa lecture una logique rigoureuse et une tension d’esprit égale au moins à sa défiance, les émanations mortelles de ce livre imbiberont son âme comme l’eau le sucre. Il n’est pas bon que tout le monde lise les pages qui vont suivre ; quelques-uns seuls savourerontce fruit amer sans danger.

(Isidore Ducasse, le Comte de Lautréamont)

[Plegue al cielo que el lector, enardecido y momentáneamente feroz como lo que lee, halle, sin desorientarse, su abrupto y salvaje sendero por entre las desoladas ciénagas de estas páginas sombrías y llenas de veneno; pues, a menos que ponga en su lectura una lógica rigurosa y una tensión de espíritu igual, como mínimo, a su desconfianza, las emanaciones mortales de este libro embeberán su alma como azúcar en agua. No es bueno que todo el mundo lea las páginas que siguen; sólo algunos saborearán sin peligro este fruto amargo. -trad. de M. Serrat Crespo-]

Así comienzan los Cantos de Maldoror ; no es pertinente ningún comentario. Simplemente aseguraos de que, antes de convertiros en pasto de gusanos, lo habéis leído.

Contraindicaciones: Adolescentes profundos, también aquellos defensores realmente inteligentes de un moral dictada desde arriba.

Leed, cabrones

Me voy de vacaciones. Como siempre, espero que me sean tan culturizantes como etílicas. Disfrutad todos vosotros también.

A la vuelta, en Septiembre, volveremos a vernos. ¡Hasta entonces!

Was there a time

A CHILD’S CHRISTMAS IN WALES

One Christmas was so much like another
in those years around
the sea-town corner
now and out of all sound except the distant
speaking of the voices I sometimes hear a moment
before sleep,
that I can never remember whether it snowed
for six days and six nigths
when I was twelve
or whether it snowed for twelve days and
twelve nigths when I was six.
(...)
Years and years and years ago,
when I was a boy,
when there were wolves in Wales,
and birds the colour of red-flannel
petticoats whisked past
the hark-shaped hills,
when we sang
and wallowed
all night
and day
in caves that smelt
like Sunday afternoons
in damp front farmhouse parlours,
and we cashed bears,
the English,
with the jawbones
of deacons,
before the motor-car,
before the wheel, before the
duchess-faced horse, when
we rode the
daft and happy hills bareback,
it snowed and it snowed.

(Dylan Thomas)

[Las Navidades eran tan parecidas/ en aquellos años por las esquinas/ del pueblo junto al mar,/ y tan silenciosas, excepto el lejano/ parloteo que a veces oigo por un instante/ antes de dormir,/ que nunca puedo acordarme si nevó/ durante seis noches y seis días/ cuando tenía doce años,/ o si nevó doce noches y doce días/ cuando tenía seis (...) Hace muchos, muchísimos años,/ cuando yo era un niño,/ cuando había lobos en Gales/ y pájaros como rojas faldas/ de franela que de súbito/ cepillaban las colinas con forma de arpas;/ cuando cantábamos/ y nos revolcábamos/ toda la santa noche/ y todo el santo día/ en cuevas que olían/ a tardes de domingo/ en las húmedas salas de las granjas,/ y nosotros cazábamos osos/ con el inglés mascullado/ por las mandíbulas/ de los diáconos;/ antes del automóvil,/ antes de la rueda, antes del caballo/ con pinta de duquesa,/ cuando/ cabalgábamos a pelo por las colinas/ chifladas y felices,/ nevaba y nevaba. -trad. de M. Covián-]

He aquí dos pequeños fragmentos de un extenso poema narrativo de Dylan Thomas, el gran poeta etílico. Me lo imagino en algún bar del sur de Manhattan, apurando en un trago el whisky, y rápidamente pidiendo otro. Tal vez garabateando versos en la servilleta de papel, mientras la infancia vuelve sobre sus pasos.
¿Seis y doce? ¿Doce y seis? La memoria nos falla cuando evocas aquel tiempo en el que aún el pecado original no había mellado en uno, y entonces tratamos de aprisionarlo, en imágenes plásticas -¿aquellas tardes de domingo?- condenadas a la corrupción. Pero algo queda, lacerante, feliz: nevaba, siempre nevaba...

Miradas

determina qué quieres que te diga
cuando nos hablemos por primera vez
o si directamente te beso

o qué carajo quieres que haga
en el primer choque frontal
de tus ojos contra los míos

dime entonces si haremos el amor
luego enseguida o un mes más tarde
en tu casa o en la mía
con música o sin ella

quién abajo y quién arriba
y bueno qué te hará feliz
cuándo nos pelearemos por el color

de mi pelo o la marca de tus lentillas
o si acaso dejarás de fumar

o yo encontraré trabajo
qué detestaras de mis mañanas
dónde coño pondrás mis cosas

si tan sólo pudiera levantarme
y preguntarte
cómo sería todo...

(muchacha sentada en el banco de enfrente)

(Antonio Barcía, a.k.a. YgNeO)

Alguien dijo que un solo instante valía por toda una eternidad. Incluso condensada en un olvidadizo paréntesis.

Unos tan dulces obituarios...

A UNA MUJER
QUE MURIÓ, NIÑA, EN MI INFANCIA
Cementerio de Moguer

Veinte años tienes en la muerte.
Eres ya una mujer -¡qué hermosa eres!-
Veinte años… ¡Te pareces a esta aurora
bella y fría -¡qué pura!-, tierra y gloria!

(Juan Ramón Jiménez)

Es el desnudo caminar. La duda se confunde entre la pureza, y miramos arriba, muy arriba. Adonde caminamos desnudos. Como el verso.

Punzantes asonancias… ¡Muerte eres y en la muerte pareces la hermosa aurora!
¡Gloria...!

Lo fatal

DE LA MANO

No somos mucho: un hombre y una niña
en la húmeda noche de verano.
Nadie nos mira, nadie nos conoce.
Y vamos de la mano entre las sombras,
sin prisa, mientras muge el mar inquieto.
Cantan los grillos. Tiemblan las luciérnagas.
La tierra recompone sus pedazos.

Incontables estrellas nos vigilan
con ojos ciegos, brillantes de asombro
mientras giran y pasan y se extinguen.
Nada es, si nada dura. Y caminamos
sin saber hacia dónde, ni si existe
el camino de vuelta, o si hay camino.
Pero sé que tu mano está en la mía,
y que todo irá bien si no la sueltas.

(Eduardo Jordá)

Hay que entender que una sombra se cierne sobre la niña. Posiblemente, nunca veremos a la mujer. El hombre, temeroso, se dispone a agarrar cada momento, asido al ahora como la llama al cirio -en una tempestad-. Pero… nada es, si nada dura.

Y volvemos al primer verso. Plural, primera persona. Los destinos se entrelazan, cruzados, en una indescifrable maraña de incógnitas, vuelan, contemplan asombrados el mundo, mientras la tierra recompone sus pedazos…

La alteridad

CAN VEI LA LAUZETA MOVER

Can vei la lauzeta mover
de joi sas alas contra•l rai,
que s’oblid’es laissa chazer
per la doussor qu’al cor li vai,
ai! tan grans enveya m’en ve
de cui qu’eu veya jauzion,
meravilhas ai, car desse
lo cor de dezirer no•m fon.

Ai las! tan cuidaba saber
d’amor, e tan petit en sai!
car eu d’amar no•m posc tener
celeis don ja pro non aurai.
Tout m’a mo cor, e tout m’a me,
e se mezeis’e tot lo mon;
e can se•m tolc, no•m laissez re
mas dezirer e cor volon.

(…)

(Bernart de Ventadorn)

[Cuando veo la alondra que mueve/ de alegría sus alas contra el rayo de sol/ y que se olvida y que se deja caer/ por la dulzura que le entra en el corazón,/ ¡ay!, entonces siento tal envidia/ por cualquiera que me vea alegre, que me admira cómo al instante/ el corazón no se me funde de deseo.// ¡Ay, desdichado! ¡creía saber tanto/ de amor, y sé tan poco!/ pues no puedo abstenerme de amar/ a aquella de la que no tendré beneficios./ Me ha quitado mi corazón, y a mí/ y a sí misma, y a todo el mundo;/ cuando se me fue, no me dejó nada,/ sino deseo y corazón anhelante. (…) -trad. de Carlos Alvar-]

Este poema es precioso. Pero la lírica provenzal (siglos XII y XIII) nos deja un regusto extraño, demasiado lejano en el tiempo. Ahora, ¿quién lee en provenzal, u occitano? El joi, el jauzion, no podemos hacer otra cosa que traducirlo como alegría. Pero falseamos el significado: debemos saber que es, sencillamente, un estado del espíritu –amoroso- que eleva al hombre por encima de sí mismo.

Y ahora podemos entender las contradicciones del tímido Bernart de Ventadorn. Pobre envidioso, admirado de que el corazón no se me funde de deseo, quejoso por una amada que no me dejó nada. Alegre, gozoso, doliente al mismo tiempo. Todo lo condensa el joi. Pero fijaros, notad la increíble voracidad con la que el cor se apropia del poema…

Erótica

Ven a dormir conmigo. No haremos el amor, él nos hará.

(Julio Cortazar)

Sí, simplemente.

Tributo

AMISTAD A LO LARGO

Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
Pero luego hay momentos felices
para dejarse ser en amistad.
Mirad:
somos nosotros.

Un destino condujo diestramente
las horas, y brotó la compañía.
Llegaban noches. Al amor de ellas
nosotros encendíamos palabras,
las palabras que luego abandonamos
para subir a más:
empezamos a ser los compañeros
que se conocen
por encima de la voz o de la seña.

Ahora sí. Pueden alzarse
las gentiles palabras
-ésas que ya no dicen cosas-,
flotar ligeramente sobre el aire;
porque estamos nosotros enzarzados
en mundo, sarmentosos
de historia acumulada,
y está la compañía que formamos plena,
frondosa de presencias.
Detrás de cada uno
vela su casa, el campo, la distancia.

Pero callad.
Quiero deciros algo.
Sólo quiero deciros que estamos todos juntos.
A veces, al hablar, alguno olvida
su brazo sobre el mío,
y yo aunque esté callado doy las gracias,
porque hay paz en los cuerpos y en nosotros.
Quiero deciros cómo todos trajimos
nuestras vidas aquí, para contarlas.
Largamente, los unos con los otros
en el rincón hablamos, tantos meses!
que nos sabemos bien, y en el recuerdo
el júbilo es igual a la tristeza.
Para nosotros el dolor es tierno.

Ay el tiempo! Ya todo se comprende.

(Jaime Gil de Biedma)

Me vais a perdonar el ramalazo sensiblero. Pero nunca podré dejar de dar gracias por tener pocos poemas tan míos como éste. Troyano, Jiménez, Javi, Jesús... no veo el momento de volver a reunirnos. Y olvidar los brazos.

Conversaciones privadas

ORILLAS DE TU VIENTRE

¿Qué exaltaré en la tierra que no sea algo tuyo?
A mi lecho de ausente me echo como una cruz
de solitarias lunas del deseo, y exalto
la orilla de tu vientre.

Clavelina del valle que provocan tus piernas.
Granada que has rasgado de plenitud su boca.
Trémula zarzamora suavemente dentada
donde vivo arrojado.

Arrojado y fugaz como el pez generoso,
ansioso de que el agua, la lenta acción del agua
lo devaste: sepulte su decisión eléctrica
de fértiles relámpagos.

Aún me estremece el choque primero de los dos;
cuando hicimos pedazos la luna a dentelladas,
impulsábamos las sábanas a un abril de amapolas,
nos inspiraba el mar.

Soto que atrae, umbría de vello casi en llamas,
dentellada tenaz que siento en lo más hondo,
vertiginoso abismo que me recoge, loco,
de la lúcida muerte.

Túnel por el que a ciegas me aferro a tus entrañas.
Recóndito lucero tras una madreselva
hacia donde la espuma se agolpa, arrebatada
del íntimo destino.

En ti tiene el oasis su más ansiado huerto:
el clavel y el jazmín se entrelazan, se ahogan.
De ti son tantos siglos de muerte, de locura
como te han sucedido.

Corazón de la tierra, centro del universo,
todo se atorbellina, con afán de satélite
en torno a ti, pupila del sol que te entreabres
en la flor del manzano.

Ventana que da al mar, a una diáfana muerte
cada vez más profunda, más azul y anchurosa.
Su hálito de infinito propaga los espacios
entre tú y yo y el fuego.

Trágame, leve hoyo donde avanzo y me entierro.
La losa que me cubra sea tu vientre leve,
la madera tu carne, la bóveda tu ombligo,
la eternidad la orilla.

En ti me precipito como en la inmensidad
de un mediodía claro de sangre submarina,
mientras el delirante hoyo se hunde en el mar,
y el clamor se hace hombre.

Por ti logro en tu centro la libertad del astro.
En ti nos acoplamos como dos eslabones,
tú poseedora y yo. Y así somos cadena:
mortalmente abrazados.

(Miguel Hernández)

- ¿Por qué lees poesía?
- ¿Hum? No sabría decirlo. En ocasiones pienso que para suplantar.
- ¿Suplantar?
- Sí, claro. Piensas que algo te falta, y entonces lo buscas en unas palabras que alguien dejó sobre el papel. Podrían ser mentira, pero tú logras hacerlo real o, al menos, creerlo real.
- ¿Sucede siempre, con cualquier poesía?
- No... no siempre. A veces lees... ya sabes, por puro goce estético, o realizas una lectura demasiado automática que se limita a recoger lo que piensas llamativo de tal poesía. Pero hay algunas que poseen un poder empático mucho mayor, aunque siempre depende de quien lo lee. En mi caso suele ocurrir con los que se relacionan con el amor.
- Suena... cursi, ¿no?
- Bueno, no sólo amor, la palabra está realmente desprestigiada. Son los sentimientos. Los que te elevan sobre ti, los que te recogen con una dulzura tal que realmente ves a tu chica esperándote, como si estuviera allí, y pronto fuerais a uniros en uno.
- Recuerdo que antes escribiste algo, trataba sobre desenamorarse. ¿Tiene alguna relación?
- ¡Sí! Joder... y eso es lo malo...
- Explícate.
- Estás en un punto tal que todo te parece vacío. hay sentimientos que crees que nunca se repetirán y... no... corrijo: que tienes la certeza de que nunca se repetirán. Y entonces parece que lees para evadirte, para suplantar, en definitiva, como ya dije. Como cuando ves una película romántica a solas, de esas que nunca reconocerías ante tus amigos que alquilas, y mientras dura el metraje piensas con el protagonista, sientes con él... de alguna forma te haces él, en cierta manera. Y estás tranquilo mientras la ves, o mientras lees la poesía. Pero pronto te despiertas y te encuentras en la calle. Rodeado de tus asuntos. Y te ves a ti mismo como lo que eres: alguien patético.
- ¿Qué deberíamos hacer entonces?
- No sé... esa es la mierda: no queda absolutamente nada.

Imposible propensión al mito

OLOR A LLUVIA

Confundido en el aire quieto
olvidé todas tus palabras
su débil huella. Lo que fue
se deshizo como una rosa.

Ya no existen las buganvillas
junto al garaje y no hay arriates
ni el limonero echa la flor
que te envolvía con su aroma.

En el jardín abandonado
olor a lluvia y aire quieto.
Sobre tu ausencia se oye el mar
y un griterío de gaviotas.

(José Agustín Goytisolo)

El Goytisolo que nos dejó estos versos era ya viejo. Aún, hoy es siempre todavía, planea la muerte de su madre, Julia, en un bombardeo sobre Barcelona. Pero los años pasan, y en lo que Biedma cristalizó en la imposible propensión al mito, pesan.
Ni el limonero echa la flor que te envolvía con su aroma ni el tiempo volverá. Nunca. La memoria, corrompida, ya no discierne: ¿era ese olor... o era otro? ¿Hoy es siempre todavía?

En el principio era la Palabra

KATA IOANEN

En el principio era la Palabra
y la Palabra estaba cerca del Dios
y Dios era la Palabra.
Ésta en el principio estaba
cerca de Dios.
Por medio de ella todo fue creado
y nada fue creado sin ella.
En ella estaba la vida
y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brillaba en las tinieblas
y las tinieblas no la han hecho suya.
Vino un hombre enviado por Dios
y su nombre era Juan.
Vino como testigo
para dar testimonio de la luz
para que todos creyeran por él.
Él no era la luz,
pero daba testimonio de la luz.
De la luz verdadera
que ilumina a todos los hombres
y había de venir al mundo.
En el mundo estaba,
por medio de ella el mundo fue creado,
pero el mundo no la conoció.
Vino entre los suyos
y los suyos no la recibieron.
Pero a los que la recibieron
y creen en su nombre
los ha hecho capaces de ser hijos de Dios
Y éstos no por la sangre
ni por la voluntad de la carne
ni por la voluntad del hombre,
sino por Dios son engendrados.
Y la palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros
y hemos visto su gloria:
la gloria del unigénito del Padre
lleno de gracia y de verdad.

[Comienzo del evangelio de San Juan -trad. de José Ángel Valente-]

En el principio era la Palabra... Sería imposible encontrar hoy en día un discurso como este. Deberíamos remontarnos a las literaturas más primigenias para encontrar el (antaño exotérico) esoterismo que encierra la voz (¿conocéis las kotodama japonesas?) y poder participar, de verdad, en el maravilloso encanto que posee. Somos demasiado intelectuales.

Sólo destellos ahora. Humbert, el de Nabokov, tal vez, cuando Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta...

Desenamorarse

MUROS

Encontrarte después de tanto y tanto tiempo
(las primeras arrugas, el leve maquillaje,
no sé si restaurando el cansancio del rostro,
el pelo recogido sobre la nuca, ahora,
mas con el mismo brillo en la mirada)
me hace pensar en la muchacha aquella
que yo creía amar de adolescente
sin impureza alguna de deseo.

Y es que al verte de nuevo he comprendido
(joven aún y tan hermosa como te recordaba,
pero no tan altiva y sí más frágil,
más deseable así por más humana)
cómo no son la carne ni el deseo quienes manchan
con ceniza el amor, sino los días.
Aquello que perdí y tú perdiste
también (al fin lo sé) se debió a la ignorancia.
En el amor el verbo con el amor se enreda
y las palabras alzan un vasto muro ciego.
Sólo es verdad el deseo. Él tan sólo no miente.

Pero quedan los días, los años de extrañeza,
la mezquindad del tiempo que nos hace distintos.
Y cuando tú me hablas de que ya se hace tarde
y tendrás que marcharte (sorprendo un gesto nuevo,
un rictus en tu boca que antes no conocía),
y al cabo te levantas para decirme adiós,
las ruinas de aquel muro que erigió nuestro miedo
sobre nosotros caen igual que cae la noche.
Impasible, serena y algo fría de octubre.

(Abelardo Linares)

Es extraño. Al menos, es extraño en qué medida uno es capaz de hacer propio un poema, hasta el punto de que el autor queda completamente desdibujado.
Tengo la costumbre, a menudo, de leer en voz alta algún poema, mientras paseo por mi habitación. Todavía recuerdo la noche en el que releí este poema. Había pasado tiempo desde la última vez y las circunstancias habían cambiado.
Aquella noche me costó conciliar el sueño. De alguna manera, había saltado algún resorte y comprendí que me había desenamorado. De una vieja sombra.
Aun así, duele desenamorarse.

Literariedad

El misterio de la literariedad. Ni Riffaterre, ni Trabant, ni Jakobson. Un simple estremecimiento.

Sedentarismo vs nomadismo

LA DESCONOCIDA

En aquel tren, camino de Lisboa,
en el asiento contiguo, sin hablarte
-luego me arrepentí.
En Málaga, en un antro con luces
del color del crepúsculo, y los dos muy fumados,
y tú no me miraste.
De nuevo en aquel bar de Malasaña,
vestida de blanco, diosa de no sé
qué vicio o qué virtud.
En Sevilla, fascinado por tus ojos celestes
y tu melena negra, apoyada en la barra
de aquel sitio siniestro,
mirando fijamente -estarías bebida- el fondo de tu copa.
En Granada tus ojos eran grises
y me pediste fuego, y ya no te vi más,
y te estuve buscando.
O a la entrada del cine, en no sé dónde,
rodeada de gente que reía.
Y otra vez en Madrid, muy de noche,
cada cual esperando que pasase algún taxi
sin dirigirte incluso
ni una frase cortés, un inocente comentario...
En Córdoba, camino del hotel, cuando me preguntaste
por no sé qué lugar en yo no sé qué idioma,
y vi que te alejabas, y maldije la vida.
Innumerables veces, también,
en la imaginación, donde caminas
a veces junto a mí, sin saber que decirnos.
Y sí, de pronto en algún bar
o llamando a mi puerta, confundida de piso,
apareces fugaz y cada vez distinta,
camino de tus mundo, donde yo no podré
tener memoria.

(Felibe Benítez Reyes)

La primera vez que leí este poema, no pude evitar pensar en Martín Marco, el inevitable protagonista de La Colmena -que tantas horas obligatorias nos robó en el instituto. Su característica era el nomadismo, vagando de un lado a otro, además de una perenne insatisfacción sólo ligeramente colmada en la cama con Purita, la ramera.
Más tarde situé el poema “en la imaginación”, y todo se volvió de repente tremendamente sedentario. Cuando releía el poema descubría que, al igual que antes Julio Salinas y mucho antes Fernando de Herrera, el poeta vivía en los pronombres.
Y al fin descubrí que no tendríamos memoria en sus mundos. En sus mundos, porque hay tantos mundos como chicas -amadas. Vagar, de nuevo, pasaba a un primerísimo primer plano... ¿o no?

Decidme... ¿sedentarismo o nomadismo?

La decadencia del simbolismo

O anel do meu amigo
perdi-o so lo verde pinho,
e chor'eu, bela.

O anel do meu amado
perdi-o so lo verde ramo,
e chor'eu, bela.

Perdi-o so lo verde pinho;
por en chor'eu, dona-virgo.
E chor'eu, bela.

Perdi-o so lo verde ramo;
por en chor'eu, dona d`algo.
E chor'eu, bela.

(Nunes)

[El anillo de mi amigo lo perdí bajo el verde pino, y lloro ya, bella. El anillo de mi amado lo perdí bajo el verde ramo, y lloro ya, bella. Lo perdí bajo el verde pino; por eso lloro yo, doncella. Y lloro ya, bella. Lo perdí bajo el verde ramo; por eso lloro yo, donc...algo. Y lloro ya, bella]

(comenzó la clase, hola, ¿cómo estáis? el simbolismo, debéis saber, es como una ecuación, se dice una palabra que evoca en plano onírico otros significados...)
Todos juntos, en el pueblo Misterio, se reúnen, al calor de los abedules de la plaza, y cantan (la maestra habla de las cantigas d`amigo... Chicojerseyrojo toma apuntes, Adóndevuela revolotea su mirada por la ventana), sobre todo cantan. Unos, dos versos. Todos, el estribillo. Y los otros, dos versos.
Hay una zagala bailando. Un mozo, con aire calculadamente distraído, la observa (la voz femenina, en relación con las jarchas, y diferenciándose de...) y busca encontrarse la mirada con ella (...pues al igual que la fuente es el reducto femenino, bajo el pino, como bajo el olivo, es un símbolo del encuentro amoroso... Chicojersey rojo apunta, al lado de los versos: hay folleteo). Ella está radiante como la nieve. Se estremece (Adóndevuela se apoya en su brazos, cruzados).
(el anillo es una muestra de que ha habido consentimiento, es la prenda de amor y su pérdida, como ya estaréis intuyendo...).
Una ligera brisa.
(¿lo véis? Antes, era dona-virgo, ahora, es dona d'algo)
Las miradas se han cruzado, y parece percibirse, con nitidez, un escalofrío en las miradas (¿qué es lo que pasa, por tanto, en el poema? pregunta la profesora, y Chicojersey rojo responde con prontitud: se han encontrado, han tenido sexo, y ella ha perdido la virginidad, el motivo de su llanto)
Se han mirado (¿ves algo tú, Adóndevuela? pregunta, y el chico, aún con un ligero temblor en las pupilas, vuelve a imaginarse la canción). Sí, algo ha ocurrido.

(ejercicio para casa: en todo lo dicho... ¿hay algún símbolo?)